AGITADORAS

PORTADA

AGITANDO

CONTACTO

NOSOTROS

     

ISSN 1989-4163

NUMERO 11 - MARZO 2010

 

La Canción del Pirata

Lullu

Una tarde de verano, cuando era pequeña, un amigo de mi hermano dijo que iba a darle cien vueltas a la piscina corriendo. Yo me puse en pie y dije que yo también lo haría.

Era una piscina grande, llena de niños jugando y un montón de casitas alrededor con las puertas de los porches sin cerrar. El amigo de mi hermano era mayor, más grande y mucho más fuerte que yo. Pero como él dijo que podía hacerlo, yo dije que también. Qué queréis que os diga. No sé qué estaba tratando de demostrar ni a quién. Así que el tío se puso a correr. Sin ir muy rápido, tomándoselo con calma, controlando sus zancadas y su respiración. Y yo me puse a correr detrás de él, descalza y con mi bañador de rayas de Fiorucci con el que mi madre y sus amigas decían que estaba monísima. Pensé que no era para tanto, que el desafío se resolvería en unos minutos, que cien vueltas y una piscina de veinticinco metros no son tan gran cosa, pero al cabo de un rato largo corriendo las vueltas se hacían cada vez más pesadas y la piscina más grande.  El otro corredor parecía muy profesional y además iba bastante sobrado. Se burlaba de mi manera de correr e intentaba convencerme de que no sería capaz de llevar a buen término el desafío. Yo intentaba ignorarle pero mientras corría podía notar que los otros niños me miraban como si estuviera loca, como si estuvieran de acuerdo con él, y creo que todo eso unido al cansancio hizo mella en mi. Me sentía algo confusa y para cuando empecé a notar molestias por todo el cuerpo ya había olvidado la razón por la que me había puesto a correr. Suponiendo que la hubiera tenido en algún momento. Pero no podía parar. Como si fuera una cuestión de honor o algo así.

Por supuesto no llegué a completar las cien vueltas. Un amigo de mi padre que llevaba un rato mirando desde su porche decidió salir y parar aquel estúpido espectáculo. Creo que me quedé cerca de las ochenta. El amigo de mi padre era médico y debió de verme exhausta porque me llevó a su casa, me tumbo en un sofá, me tomó el pulso, me dio una limonada con mucho azúcar y me preguntó con aire serio “¿Por qué has hecho eso? ¿No ves que podías haberte hecho daño, caer desfallecida?” “¿Me voy a morir? le pregunté yo” “No, no te vas a morir” me contestó con una sonrisa “pero no vuelvas a hacerlo”. Y luego vinieron mis padres a recogerme y me echaron una bronca de campeonato.

Recuerdo que por la noche pusieron en la tele Los cuatro jinetes del Apocalipsis, y aunque yo ya tenía once o doce años, como estaba inquieta, mi madre me tuvo un buen rato sentada en sus rodillas mientras veíamos a Glenn Ford pasearse por Paris durante la 2ª guerra mundial con unos abrigos color camel y gris marengo preciosos. Estaba muy nerviosa. Tenía la sospecha de que había hecho algo muy malo, de que había rozado el límite que no hay que rozar, y de que de haber continuado un poco más Los cuatro jinetes del Apocalipsis podrían haber venido a por mi esa noche. Así que finalmente acabé preguntándome en qué estaría yo pensando para hacer algo así.

Puede que no tenga nada que ver, pero mucho tiempo después de aquella tarde de la piscina, y no tanto tiempo atrás desde ahora, (aunque parece que hubieran pasado siglos), un tío que me gustaba mucho me preguntó una noche “¿Quieres que yo cuide de ti?”. Estábamos tumbados en la cama el uno al lado del otro, y aunque cada uno estaba pensando en lo suyo se podía sentir que estábamos bastante cerca. Me refiero a que cada uno tenía su propia historia pero estábamos juntos. Entonces él me hizo esa pregunta: “¿Quieres que yo cuide de ti?” Y a mi no se me ocurrió otra cosa que contestarle que me parecía una oferta muy tentadora, que se lo agradecía mucho, pero que pensaba que era yo la que debía cuidar de mi. Sinceramente, tampoco sé en qué coño estaba pensando en esa otra ocasión. Pero lo cierto es que me paso todo el rato haciendo cosas así.

 
 

Picaso

Clickar en la imagen para verla en tamaño grande

@ Agitadoras.com 2010